Los tipos de piel obedecen, fundamentalmente, a la proporción de grasa producidas por las glándulas sebáceas y por su distribución sobre la epidermis.
Esta clasificación contempla cuatro tipos: seca, normal, mixta y grasa.
Piel Normal:
Se caracteriza por la práctica ausencia de poros abiertos, por su luminosidad y suavidad y por una flexibilidad óptima. Este tipo de piel no precisa de grandes cuidados más allá de una correcta y habitual higiene, así como crema nutritiva por la noche y humectante por el día.
Piel mixta:
Es la más frecuente, caracterizada por el contraste entre una cantidad considerable de grasa en la denominada “T” y cierta sequedad en el resto del rostro. Conviene, por ello, extremar su cuidado y, o bien definimos muy bien en qué partes de nuestro rostro aplicar una crema grasa y en cuáles no, o utilizamos productos con Ph neutro.
Piel grasa:
Muy frecuentes durante la pubertad, y más en las personas de tez morena que en las de tez pálida o sonrosada. En estos casos, conviene extremar la higiene y la hidratación, huyendo de las cremas especialmente grasas.
Piel seca:
Es quizás la más fina y por ello la más frágil de toda la clasificación dermatológica y la más propensa a presentar arrugas. Su cuidado pasa por evitar la exposición al frío, ya que éste aumenta su sequedad, así como por una hidratación mayor y por evitar la aplicación de polvos de maquillaje.
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